
De cancer en carcer, de obituario en obituario, de melancolía en melancolía... y tiro porque me toca. Los dos de cancer, los dos esta misma semana y los dos hicieron suya la melancolía sólo que Antonio la convirtio en estilo de vida que plasmó en todas sus canciones y Carlos sólo hizo de ella objeto de sus estudios.
Aun no he tenido tiempo de asimiliar lo de Antonio Vega y ahora es el turno de Carlos Castilla del Pino.
Dice Sabina (con la razón que le asiste siempre) que hay un sitio en Santander "donde se juntan clarividentes mentes de la ciencia y la poesía" que se llama el Palacio de la Magdalena. El propio Palacio, durante los veranos, es tomado por la UIMP donde se dan cursos de todo tipo pero donde sobre todo se reflexiona y debate. La primera vez que he sentido la sensación de libertad fue en una visita a un periodico regional donde nos regalaron un ejemplar, la segunda en la plaza mayor de mi ciudad escuchando la radio y el resto, en su mayoría, en todas las universidades.
Si tuviera que elegir una palabra para hablar de Castilla del Pino sería justamente reflexión. Parecía un tipo que se había pasado media vida encerrado en su torre de marfil (él mismo nos lo confesó durante uno de los cursos) A lo mejor (y esto más tarde me lo comentó una profesora de otra universidad) "el gran problema de Carlos es que era un hombre tan inteligente, tan reflexivo pero tan hermético, que no fue capaz de hablar a sus hijos como niños que fueron". Tuvo que soportar la muerte de cuatro de sus hijos por distintas causas y de una quinta que acabó suicidándose. Carlos, pocos días más tarde, hizo unas polémicas declaraciones que lo estigmatizaron para siempre por una inmensa mayoría de sus admiradores.
Las palabras que motivaron esto fueron éstas: "En un determinado momento de mi vida me ha causado más dolor no haber conseguido la cátedra de psiquiatría que la muerte de mi hija". Por mucho que más tarde quiso explicar estas palabras fue en vano. Carlos explicó estas palabras y su argumentación era perfectamente válida: "no es que en términos absolutos haya sido así, sino que, valorando una cosa y la otra, la muerte de su hija le causó un dolor comparativamente mucho menor, que el que hubiera podido esperar por la pérdida de la cátedra". A mí personalmente el argumento me convenció, pero reconozco que esas palabras, sin un análisis más profundo, suenan horribles.
Este verano, en la UIMP seguro que hablan de él.
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