Había muchas maneras de titular esta entrada: en bragas, de corbata... Pero elegí "ir vendido".
No sé si os ha pasado alguna vez. De repente, alguien usa una expresión que no conocíais. A mí es algo que me pasa con frecuencia. Mi curiosidad innata me obliga a preguntar casi de inmediato su significado pero recuerdo que la última vez, por no importunar la conversación, no lo hice. Por cierto, no os moletéis en buscar su significado. Yo ya lo he hecho y no figura (al menos no en la RAE) El tema es que su significado me asaltó de pronto, el otro día yendo en bici: me saltó literalmente a la cara. Concretamente bajando una fuerte y larga pendiente (sin frenos). Justo al comienzo de la bajada, tras un cambio de rasante, en lo que los matemáticos dicen punto de inflexión de una curva.
Hace días en este mismo blog había tirado los tejos a una lancha hinchable (que quede bien claro lo de "lancha") que me ha divertido mucho las tardes de verano. El tema es que, por muy inertes que sean las cosas y en especial las que no son más que aleaciones de metales, pues siguen teniendo su corazoncito [preguntad a cualquier informático que aprecie mínimamente su oficio si los ordenadores son meros "ordenadores"]. Y lo que si estaréis conmigo que cualquier cosa con corazoncito tiene también sus sentimientos: rencor, coraje... Os hablo de mi bici. En el post que os hablaba de mi lancha, ella aparecía como un personaje secundario, casi saliendo por la puerta de atrás. Y mi bici, habiendo dejado atrás cerca de 10.000km conmigo a cuestas, sin una avería que destacar (más que los típicos pinchazos, cambio de neumáticos, ajustes varios, etc.), infatigable y siempre dispuesta a más se debió sentir ofendida, menospreciada. No le culpo. De haber sido ella, yo hubiera hecho igual. No podemos comparar 10.000km contra, como mucho, 4 estúpidas millas por muy naúticas que sean. Además, hacía ya días que los frenos me habían dado serios avisos de estar en los huesos. No le presté atención. Unos días antes me dio un toque de atención en un semáforo amarillo cuando quise frenar pero ella se negó. Una llamada de alerta pero yo hice caso omiso. Uno nunca sabe cuando se queda al 0% de frenos y en verano intentas visitar lo mínimo el taller. Más ahora en época de crisis.
Pues así estaba el tema: calculo que sumando las 4 zapatas rendirían un 2%. Me imagino que mucha gente a eso le diría ir totalmente sin frenos pero yo me aferraba a ese escaso 2%. En todo caso, porcentaje a todas luces insuficiente cuando como digo la pendiente además de pindia es prolongada. Me tengo por muy habilidoso ante el manillar pero contra las leyes físicas no hay pericia que valga. Mi pericia, eso sí, evitó que me tirara a la cuneta (supe zizaguear para que se embalara lo menos posible; lo que se debe hacer en estos casos y pensé varias veces [por un vez en mi vida, me sorprendí de mi velocidad de pensamiento] pues había setos tupidos francamente tentadores) y conseguí llegar al cruce donde debía haber girado a la derecha pero opté por seguir recto aprovechando una pequeña cuesta que me sirvió de improvisado carril de frenado.
Cuando llevé la bici al taller el mecánico al ver las zapatas lo flipo un poco. Las he guardado como los niños conservan los dientes cuando se les caen.
No sé si os ha pasado alguna vez. De repente, alguien usa una expresión que no conocíais. A mí es algo que me pasa con frecuencia. Mi curiosidad innata me obliga a preguntar casi de inmediato su significado pero recuerdo que la última vez, por no importunar la conversación, no lo hice. Por cierto, no os moletéis en buscar su significado. Yo ya lo he hecho y no figura (al menos no en la RAE) El tema es que su significado me asaltó de pronto, el otro día yendo en bici: me saltó literalmente a la cara. Concretamente bajando una fuerte y larga pendiente (sin frenos). Justo al comienzo de la bajada, tras un cambio de rasante, en lo que los matemáticos dicen punto de inflexión de una curva.
Hace días en este mismo blog había tirado los tejos a una lancha hinchable (que quede bien claro lo de "lancha") que me ha divertido mucho las tardes de verano. El tema es que, por muy inertes que sean las cosas y en especial las que no son más que aleaciones de metales, pues siguen teniendo su corazoncito [preguntad a cualquier informático que aprecie mínimamente su oficio si los ordenadores son meros "ordenadores"]. Y lo que si estaréis conmigo que cualquier cosa con corazoncito tiene también sus sentimientos: rencor, coraje... Os hablo de mi bici. En el post que os hablaba de mi lancha, ella aparecía como un personaje secundario, casi saliendo por la puerta de atrás. Y mi bici, habiendo dejado atrás cerca de 10.000km conmigo a cuestas, sin una avería que destacar (más que los típicos pinchazos, cambio de neumáticos, ajustes varios, etc.), infatigable y siempre dispuesta a más se debió sentir ofendida, menospreciada. No le culpo. De haber sido ella, yo hubiera hecho igual. No podemos comparar 10.000km contra, como mucho, 4 estúpidas millas por muy naúticas que sean. Además, hacía ya días que los frenos me habían dado serios avisos de estar en los huesos. No le presté atención. Unos días antes me dio un toque de atención en un semáforo amarillo cuando quise frenar pero ella se negó. Una llamada de alerta pero yo hice caso omiso. Uno nunca sabe cuando se queda al 0% de frenos y en verano intentas visitar lo mínimo el taller. Más ahora en época de crisis.
Pues así estaba el tema: calculo que sumando las 4 zapatas rendirían un 2%. Me imagino que mucha gente a eso le diría ir totalmente sin frenos pero yo me aferraba a ese escaso 2%. En todo caso, porcentaje a todas luces insuficiente cuando como digo la pendiente además de pindia es prolongada. Me tengo por muy habilidoso ante el manillar pero contra las leyes físicas no hay pericia que valga. Mi pericia, eso sí, evitó que me tirara a la cuneta (supe zizaguear para que se embalara lo menos posible; lo que se debe hacer en estos casos y pensé varias veces [por un vez en mi vida, me sorprendí de mi velocidad de pensamiento] pues había setos tupidos francamente tentadores) y conseguí llegar al cruce donde debía haber girado a la derecha pero opté por seguir recto aprovechando una pequeña cuesta que me sirvió de improvisado carril de frenado.
Cuando llevé la bici al taller el mecánico al ver las zapatas lo flipo un poco. Las he guardado como los niños conservan los dientes cuando se les caen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario