
En octubre de 1990, en mi primer viaje a Madrid en el TALGO me pasé todo el viaje escuchando un disco de un tal Sabina que se llamaba “El hombre del traje gris” y que molaba mucho. Sabía de Sabina que era un cantante de Madrid y poco más. Y no sólo me molaba a mí sino que a algunos de los malotes de mi clase por los que suspiraban aquellas chicas que yo tanto deseé, aquellos indeseables que les gustaban Bon Jovis y similares, también opinaban que ese chico llamado Sabina tenía su punto. Por fin me dejé de considerar el rarito de la clase y le confesé mis gustos musicales a los superclases de mi clase. De la Argenita y compañía, ni palabra por supuesto. Sólo hablaba de ese hombre del traje gris que decía llamarse Joaquín.
Este verano pasado en el trabajo mis jefes me pidieron que pusiera algo de música de mi coche para escuchar mientras trabajábamos dentro de un garaje. Yo puse "Dos Pájaros de un Tiro" y puse a todo trapo la de “Pacto entre caballeros”. Era la más divertida y con creces la más movida. Mis dos jefes se echaron a reír mientras me decían al tiempo: “¡Quita eso! ¿no tienes algo más movido?!” Dije que no. Era un no seco y rotundo que disipaba toda duda y que dije mientras tragaba saliba y cerraba con llave (*) la guantera que me custodió como oro en paño durante 3 horas el cd de la Argentinita mientras mi otro compañero puso en su coche música árabe alternándolo con reggaeton. Aquella escena, tiempo después me la recordó un anuncio. Básicamente el contraste de músicas. En el trabajo no había chicas por medio.